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Sábado 15 de Marzo de 2025

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09/03/2025

La historia de amor de Carlo Ancelotti y su esposa Mariann Barrera: la osada jugada del DT para seducirla y el beso más apasionado

Fuente: telam

El entrenador del Real Madrid y su pareja, experta en finanzas y políglota, se conocieron en Londres. Para el ex mediocampista fue “amor a primera vista”

>Nadie imaginaba que Carlo Ancelotti, el hombre de la ceja enarcada y el temple de acero en los banquillos, volvería a enamorarse después de su divorcio. Veinticinco años de matrimonio con Luisa Gibelline, una vida estructurada alrededor del fútbol, y de repente, el silencio. La soledad. Hasta que apareció Mariann Barrena.

—No fue algo planeado. Simplemente sucedió —ha comentado alguna vez Ancelotti. “Fue amor a primera vista. La conocí en Londres -cuando dirigía al Chelsea- y la primera vez que la vi, le dije: ‘puedes pensar que estoy loco, pero recuerda que tú y yo un día nos vamos a casar’”, supo evocar. “Me miró un poco así y me dijo ‘estás loco’”, añadió. También le apuntó, con ironía, que en el siguiente encuentro llevaría el anillo. Una amiga en común había oficiado como puente. Un puente sólido, irrompible.

“Desde el día en que le conocí tuve la sensación de que no me iba a dar ninguna sorpresa desagradable. Sabía el tipo de persona que era. Íntegro, con unos valores muy firmes. Es la mejor persona que conozco”, definió Barrera. “Lo pasamos muy bien porque hemos tenido experiencia. Me da mucha tranquilidad”, replicó Carletto

No hubo flashes ni titulares rimbombantes cuando Carlo Ancelotti y Mariann Barrena decidieron que lo suyo iba en serio. No lo necesitaban. La suya no era una historia de escándalos ni portadas sensacionalistas.

Para cuando decidieron casarse, Carlo tenía 55 años y Mariann poco más de 40. No eran dos adolescentes dando un salto al vacío, sino dos personas con vidas construidas, con cicatrices propias y experiencias suficientes para saber lo que querían. La boda fue en Vancouver, Canadá, en julio de 2014, en un entorno discreto, alejado de las luces del fútbol europeo. Un océano de distancia de la locura de los estadios, de los vestuarios cargados de tensión, de los gritos de la prensa. Allí, entre amigos cercanos y familiares, sellaron una relación que se había convertido en un pilar para ambos.

Roma, 1983. Carlo Ancelotti tenía 24 años, una melena más poblada y las piernas de un mediocampista que empezaba a dejar huella en el fútbol italiano. Había llegado al AS Roma el año anterior, un fichaje prometedor para un equipo que soñaba con títulos. Fue en esos días, entre entrenamientos y partidos en el Olímpico, cuando conoció a Luisa Gibelline.

No era una fan cualquiera. Amaba el fútbol como él, pero no desde la tribuna como espectadora pasiva. Jugaba como portera en equipos locales, practicaba tenis y softball, y entendía el deporte desde dentro. Eso a Carlo le fascinó. No tenía que explicarle la presión de un vestuario ni el peso de una derrota: ella lo sabía, lo vivía.

En 1984 nació Katia, su primera hija. Cinco años después llegó Davide, el niño que, con el tiempo, se convertiría en la sombra de su padre en los banquillos. Para entonces, Carlo ya era un referente del fútbol italiano, pieza clave en el Milan de Arrigo Sacchi.

Los años noventa fueron de gloria para Carlo en el fútbol, pero también de evolución en su matrimonio. Luisa, inquieta y con espíritu independiente, decidió hacer algo que pocos esperaban: sacarse la licencia de piloto de helicóptero en 1999. No fue un capricho. Le gustaban los desafíos, y en más de una ocasión llevó a Carlo a casa volando, literalmente. No muchas mujeres pueden decir que han recogido a su marido en un helicóptero después de un partido.

Sin embargo, la vida de los entrenadores es una prueba de resistencia para cualquier relación. En 2008, cuando Carlo dirigía al Milan, la pareja se separó después de 25 años juntos. No hubo escándalos ni titulares sensacionalistas. Solo dos personas que tomaban caminos distintos después de haber compartido media vida.

A esa altura, la relación con Mariann ya estaba más que consolidada. El tiempo demostró que la decisión de casarse no fue un capricho. Carlo encontró en su segunda esposa algo que no siempre se consigue a su edad: estabilidad, pero también emoción. Alguien que lo retaba intelectualmente, que lo acompañaba sin invadir su mundo, que le permitía ser fuerte y vulnerable a la vez.

Canadá no fue una elección al azar. Aunque nacida en España, Mariann había crecido en el país norteamericano, y Vancouver representaba parte de su historia, su hogar. Un lugar lejos del ruido mediático de Europa, donde podían celebrar sin las presiones del fútbol.

La ceremonia fue íntima, rodeados solo de familiares y amigos cercanos. No hubo una fiesta desbordante ni una lista de invitados con estrellas del fútbol. Carlo no necesitaba un evento ostentoso para sellar su amor. Después de años bajo los reflectores, lo que más valoraba era la privacidad.

No fue un beso impulsivo ni teatral. Fue el gesto de un hombre que, después de tantas batallas ganadas y perdidas, sabía exactamente con quién compartir su alegría.

—El fútbol es mi trabajo, pero no lo es todo en mi vida —ha dicho Ancelotti en más de una ocasión. Y Mariann es gran parte de ese “todo” que existe fuera del césped.

No es casualidad que los hijos de Carlo, Katia y Davide, la aceptaran rápidamente como parte de la familia. Mariann nunca intentó ocupar un lugar que no le correspondía, sino construir el suyo propio. Mientras Carletto exprime la pizarra para mantener al Real Madrid en la cima de la Liga de España y para superar al Atlético en la difícil llave de Champions, ella se desarrolla profesionalmente y lo acompaña, a la espera del beso del campeón.

Fuente: telam

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