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EDITORIAL

27 de mayo de 2022

El recuerdo de Marianela Zanassi para su compañero de trabajo: Javier Costa

Una descripción valorativa de su aplicación con pura convicción a su trabajo diario, apostando a las relaciones de excelente convivencia que dejó una fuerte señal en su paso por la Dirección de Prensa de la Municipalidad de Bolívar.-

Esa obstinación de estar siempre acá

Una foto. La primera. Unas manos ajadas, tersas, un gesto apretado sosteniendo  el cartoncito de vacunación, quizás 80 años o más. Los antebrazos apoyados sobre las piernas juntas de un hombre grande, muy grande, vestido con ropa de trabajo, en abril del año pasado.

En la siguiente, una lluvia de otoño cae sobre las calles de Bolívar. Un hombre lleva del brazo a una mujer, y con el otro sostiene un paraguas, mientras se dirigen hacia el centro de vacunación, ubicado e  el Complejo. Es una imagen al pasar, una toma apurada. Exacta. Rápida. Sintética. La foto es de marzo del 2021.

Luego, más fotografías. El rostro en primer plano de los y las trabajadoras de la salud, los operativos en los controles, las inclemencias del tiempo, el viento, la lluvia, las capas amarillas que se vuelan y el movimiento que despeina. Gente desarreglada, con la cara cubierta, alejados unos de otros. Tomas amplias, desde lejos. En tonos amarillos y marrones de invierno y frio.

Fotos documentales, rápidas, casuales, otras no tanto, otras posadas, testimoniando un día, un mes, un año de incertidumbre. El operativo Vacunate y los cientos de trabajadores municipales que fueron casa por casa a promover la vacunación. Los puestos sanitarios. La mirada de los médicos tras el vidrio en Terapia intensiva. Los ambulancieros y el personal de la guardia respiratoria, agotados. Las colas para el abastecimiento. La ciudad vacía. La ciudad dormida.

La política de quedarse adentro. Nuestros adultos mayores, los primeros en cuidarse. Todos y todas con el tapabocas. Los estudiantes de enfermería. Los voluntarios. Nuestro hospital. Nuestra ciudad. Nuestras casas. 

En cada una de las fotografías de Javier Costa, hay un registro vivo de quienes pusieron rostro humano a la pandemia en nuestra ciudad.

Las redes sociales han inmortalizado para siempre cada uno de los aportes que como trabajador de la prensa, y en ejercicio pleno del derecho a la comunicación, están ahí, nos hablan de un momento, un tiempo y un espacio, nos interpelan y nos sitúan otra vez en un período plasmado para la posteridad. Las fotografías, de quien es el sujeto de este artículo hoy, contribuirán -infinitamente- a la construcción de nuestra propia memoria como hombres y mujeres de esta ciudad.

Todas las veces que pienso en el periodismo, me encuentro en un limbo entre las grandes predicciones de lo que tenemos que hacer y lo que podemos.

Pienso en la Facultad, y las líneas rectoras de lo que nos decían que debíamos hacer desde el día uno en que transitamos nuestra carrera universitaria.

Se me viene a la cabeza también la práctica, la empiria, palabra que se colaba por cada rincón en esos diálogos nocturnos en nuestro aula de clase en el viejo CRUB.

No dejo de pensar en Rodolfo y la idea justa e inabarcable de dar testimonio en tiempos difíciles.

Pienso en el hacer cotidiano de todos los y las trabajadoras de la prensa. De la prensa local, de aquella que hacemos a diario, con aciertos, con errores, con aprendizajes, con ilusión, con coraje, a veces más, otras menos. Pienso en la inmediatez, que no permite parar a pensar, porque la urgencia persigue, el día a día obliga a ir rápido, a veces delante de las cosas y otras con suerte, a la par. Pero siempre detrás, para guardarlas en la retina, en la memoria y en el corazón.

Se trata ni más ni menos de problematizar el rol social de los y las trabajadores de la comunicación. Y hoy, a un año de la desaparición física de un querido compañero, creí que una buena manera de homenajear a Javier, era remarcando su aporte desde el punto de vista de la construcción social de la comunicación -como trabajador y como fotógrafo- a la perpetuación del presente que nos tocó atravesar hace apenas meses. La comunicación como una dimensión humana, como el encuentro con el otro, como un acto de comunión.

Elijo proponer entonces algunas líneas de pensamiento para recuperar al trabajador que dio testimonio de una época. De una pandemia, que además le llevó la vida.

Es imperante, y necesario recordar, repensar y revalorizar al fotógrafo que si bien plasmó muchos momentos, registró uno determinante y que nos determina como comunidad. Entonces el objetivo es rescatar el rol del comunicador, que a través de la fotografía como herramienta y como lenguaje, dejó constancia del paso de la pandemia por covid 19 en la ciudad de Bolívar, durante los años 2020 y 2021, hasta el día que falleció.

Técnicamente la fotografía es el momento exacto de una realidad. Es el recorte perfecto de un dolor, de una alegría. Es, en definitiva un documento, la mezcla precisa entre lo productivo, lo testimonial, lo artístico, características también, de lo que conocemos como fotoperiodismo.

Javier Costa, como trabajador de la prensa, desde el desarrollo de su afición, al despliegue pleno de su fuerza de trabajo en el oficio y/o profesión, ha dejado en cada uno de sus productos de comunicación, en cada foto, su capacidad de dar y ser testimonio vivo de algo que pasó.

Él ha sido, el sujeto fotográfico. Él ha recortado, ha encuadrado, ha representado, ha sugerido, y ha decidido según el alcance de su lente, lo que ha querido dejarnos. Así es que me sigue resultando asombroso encontrarme con personas de impensados ambientes y lugares, que “tienen una foto que les regaló Javier”, y en ella, ha vuelto presente e infinito para cientos y cientos de bolivarenses, la capacidad de eternizar un momento fugaz.

“Todos tenemos un pedacito de su alma”, dijo alguien ese día amargo de fines de mayo hace un año atrás, en que supimos que su cuerpo no estaría más con nosotrxs. Pero -puntillosamente- Javier nos dejó un pedazo de su alma dividida en miles, un trozo del mundo marcado por su propia mirada al alcance de nuestras manos, gracias a la generosidad de disparar cientos de veces hacia un cielo azul inmenso, hacia las plazas amarillas del otoño, hacia los ojos incrédulos de un niño, hacia la risa desmedida de los pibes en la plaza o el centro cívico, hacía miles de nosotros siendo ciudadanos, transitando nuestro pueblo y nuestras vidas en cualquier momento que coincidimos.

Javier, nos ha dejado, en sus fotos su idea de cómo nos vio y cómo vio a lo largo de sus años, nuestra ciudad, y nuestros parques. Y a quienes lo acompañamos en su trabajo, nos dejó en cada instante fugaz cómo soñó un Bolívar más lindo y cómo lo quiso inmortalizar para siempre.

Es urgente que revaloricemos el papel de la comunicación en la construcción de la identidad. En la reconstrucción de la identidad en contextos de emergencia. La foto, las publicaciones, la rapidez del momento, nos hacen muchas veces pasar por alto y no reparar en lo que queda, en lo que dejamos a nuestro paso.

Para Roland Barthes, como recupera Eliseo Verón, la fotografía no es espacio, sino tiempo. En la fotografía no se puede negar nunca que la cosa estuvo presente. Hay en ella, una doble posición, de realidad y de pasado.

La Fotografía es constitutiva no de los objetos o los sucesos que Javier fotografió, sino de un tiempo. Esa es su fuerza de perpetuidad. Esa es su capacidad transgresora desde la última vez que sacó una foto hasta quién sabe cuándo, porque tuvo el deseo, la responsabilidad y la tarea, de dejar constancia del tiempo que nos determinó como personas y como comunidad. No es necesario decir que después de estos años, ya no somos los mismos.

Pero, cada vez que tengamos en frente una fotografía suya, Javier estará ahí, y con él, un momento único, irrepetible, con la carga de su ojo entrenado y con la justeza de un instante, perpetrado en una imagen.

Porque al final de cuentas, como afirma Barthes, la esencia de la fotografía es precisamente esta obstinación del referente, de estar siempre ahí.

De este referente, que se llama Javier Emilio Costa, que fue empleado municipal, que antes había trabajado de muchas cosas, que era hincha de River, que formó una familia hermosa, que disfrutaba de todos los espacios bellos de su ciudad, que amaba el Club Villa Juana como su papá, que charlaba mucho, que tomaba mate dulce, que tenía una capacidad enorme de conocer gente, que era un buen tipo y que hace un poco más de una década empezó a sacar fotos por gusto y por amor, y que nunca pero nunca va a dejar de nacer, porque cada vez que nos miremos en algunas de sus imágenes, sus pedazos de alma, florecerán para siempre.

Marianela Zanassi

Licenciada en Comunicación Social y compañera de trabajo de Javier

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